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En esta entrevista, Adrián Paenza, matemático, periodista y divulgador argentino, reconocido por su labor en acercar las matemáticas al público hispanohablante de manera accesible y apasionada, nos comparte su trayectoria y reflexiones sobre la enseñanza y popularización de esta disciplina.

Bellaterra, 8 de noviembre de 2024 – Adrián Paenza (Buenos Aires, 9 de mayo de 1949) es una de las voces más influyentes en la divulgación de las matemáticas en el mundo hispanohablante. Matemático de formación y periodista de vocación, Paenza ha transformado la percepción de las matemáticas en Argentina y más allá, alcanzando un éxito que ha trascendido fronteras y formatos. Su labor le ha valido reconocimientos como el prestigioso Premio Leelavati de la Unión Matemática Internacional, que destaca sus contribuciones decisivas para cambiar la forma en que un país entero percibe las matemáticas en la vida cotidiana. Este premio resalta especialmente sus libros, programas de televisión y su capacidad única para comunicar la belleza y la alegría de esta disciplina, transmitiendo entusiasmo y pasión en cada proyecto.

En Argentina, Paenza es ampliamente conocido como el presentador del exitoso programa de televisión Científicos Industria Argentina, que se emitió durante 14 temporadas en un canal de televisión abierta. Asimismo, ha conducido el programa Alterados por Pi, dedicado exclusivamente a la popularización de las matemáticas y grabado frente a una audiencia en varias escuelas públicas del país.

Además de su trabajo televisivo, Paenza ha escrito una columna semanal sobre ciencia para el diario Página 12. Sus artículos combinan notas históricas, acertijos y hasta demostraciones de teoremas, haciendo que conceptos complejos lleguen a una audiencia general. Ha publicado varios libros de divulgación matemática, entre los que se destaca su serie Matemática… ¿estás ahí?, con más de un millón de copias vendidas. Estos libros han encabezado las listas de ventas en Argentina y han sido traducidos a múltiples idiomas, con ediciones en países como España, Portugal, Italia, la República Checa, Alemania y China.

En esta entrevista, realizada durante su reciente visita a Barcelona como invitado de Carlos D’Andrea, catedrático de la Universitat de Barcelona e investigador adscrito al Centre de Recerca Matemàtica (CRM), Paenza nos lleva a sus inicios y a sus años de formación en la Universidad de Buenos Aires, donde tuvo la suerte de estudiar bajo la guía de matemáticos como Lluís Santaló. Nos habla sobre la necesidad de que las matemáticas sean una opción accesible en el “menú” educativo, para que más personas puedan descubrir su potencial, y explora otros temas que han marcado su trayectoria, desde los desafíos de la divulgación hasta el papel de los matemáticos en la construcción de una sociedad más curiosa y abierta al conocimiento.

 

¿Qué tipo de colaboración tiene con Carlos D’Andrea, quien ha sido su anfitrión en esta visita a Barcelona?

Conozco a Carlos desde hace muchos años, desde que entró en la Universidad de Buenos Aires, en la Facultad de Ciencias Exactas, y con el tiempo nos hemos convertido en amigos. Le tengo un gran aprecio. Además, Carlos es un matemático brillante, y no uso esa palabra a la ligera. Pongámoslo así; sin Carlos, yo no hubiera podido escribir los libros que escribí.

Carlos también fue fundamental en la organización de la competencia de matemáticas que llevamos a cabo en honor a mi padre durante 25 años. Luego, se convirtió en tutor de los jóvenes que participaban en las olimpiadas de matemáticas, organizando, proponiendo problemas, evaluando y actuando como jurado. No estoy seguro de que todos comprendan el valor que Carlos aporta al ámbito matemático.

Y no está solo. En España, además, hay matemáticos extraordinarios que he tenido el privilegio de conocer, como Juan Carlos Naranjo, que lo tienen también en Barcelona y es una figura importante a nivel mundial, y desde la divulgación están figuras como Eduardo Sáez de Cabezón y Clara Grima. No espero que todo el mundo se convierta en matemático, pero al menos es fundamental que las matemáticas estén disponibles en el menú. Y para eso, la divulgación es crucial.

Yo mismo, como matemático, he sido mediocre; más allá de mi tesis y algún trabajo adicional, no he producido mucho, pero siento la satisfacción de haber hecho todo lo posible por comunicar lo que la matemática ha significado para mí, las alegrías y frustraciones que he vivido con ella.

Justo sobre eso quería preguntarle. Usted destaca la importancia de que las matemáticas al menos estén “en el menú” de opciones para que las personas puedan descubrir su vocación. Sus padres, por ejemplo, lo animaron a explorar diversas actividades para encontrar su pasión. ¿Qué tan importante es tener esa libertad para encontrar el propio camino, especialmente hoy en día, cuando parece que todo está orientado a especializar a las personas desde edades muy tempranas?

Fui un privilegiado, comencemos por ahí. Todos los niños nacen con alguna caja de destreza, pero no todos tienen la oportunidad de desarrollarla, ya sea por limitaciones económicas o por otras razones. En mi caso, mis padres trabajaban ambos y mi padre nos transmitió el compromiso de que, si ellos trabajaban, nosotros teníamos que estudiar. Mi madre, por ejemplo, me llevaba a aprender a patinar sobre hielo en Buenos Aires, ¡y eso que allí ni siquiera nieva!

Tuve la oportunidad de explorar múltiples intereses: aprendí música y, a los cuatro o cinco años, descubrieron que tenía oído absoluto. Mis padres me dieron esa posibilidad de aprender, algo realmente invaluable. Incluso me enseñaron a escribir a máquina, quizás pensando en que me serviría en el futuro, aunque fuera como secretario. Fue ese acceso a experiencias diversas lo que me permitió encontrar mi camino.

¿En ningún momento sintió que sus padres lo presionaran o intentaran guiarlo en una dirección específica?

No, no, mis padres querían, aunque suene a cliché, que yo fuera feliz. Además, para mí era fundamental jugar a la pelota. Quería pasar tiempo con mis amigos, salir, y terminar rápido las tareas para poder ir a jugar al fútbol. Tuve una vida muy, muy privilegiada. Si todos los niños crecieran en un hogar como el mío, con las oportunidades que yo tuve, quizás no todos terminarían siendo matemáticos o periodistas. No todos se dedicarían a la política, a la NBA o al fútbol, pero al menos tendrían la libertad de elegir su camino.

Cuando escribí mi primer libro de divulgación matemática, que ha vendido millones de ejemplares, le puse una condición a la editorial: el libro debía estar disponible gratuitamente en internet; de lo contrario, no lo presentaría. Aunque fue un modelo de negocio inusual para ellos, lo aceptaron. Y, aun así, el libro se vendió muy bien. Todos mis libros, cada uno de los que he escrito, están disponibles gratuitamente en internet, y creo que así debe ser, porque tengo el privilegio de poder hacerlo.

En esa primera etapa de experimentar diferentes cosas, ¿cómo llega a las matemáticas, cómo las descubre?

Llegué a las matemáticas de una manera un poco inesperada. Ingresé a la universidad para hacer el curso de acceso con la idea de estudiar química. Durante el último año del bachillerato, estaba muy enamorado de mi profesora de química, y me parecía que la química era lo que quería hacer con mi vida.

El amor es un buen motivo para encontrar una carrera.

Comencé el curso de acceso y durante el día iba al colegio de secundaria, mientras que por las noches asistía a la universidad. En el primer trimestre teníamos tres materias, una de ellas matemáticas; en el segundo semestre, era el turno de física y química. Sin embargo, cuando tuve mis primeras clases de matemáticas y me hablaron de lógica, de silogismos y otros conceptos, pensé: “Esta gente está loca, lo que dicen no tiene sentido”. Pero al mismo tiempo, me intrigó esa pasión que mis profesores sentían, y me nació el deseo de entender aquello que tanto los apasionaba.

Fue así como decidí cambiarme a matemáticas, porque descubrí que lo que había aprendido en la secundaria apenas era la superficie. Para que se entienda: ¡aprendí que no se podía dividir por cero recién en el último año del colegio! Eso es algo que uno debería comprender mucho antes.

Durante sus estudios tuvo a Lluís Santaló, matemático catalán, como profesor. ¿Qué recuerdo tiene de él?

Fue un verdadero privilegio. Muchos matemáticos españoles emigraron a Argentina debido a la Guerra Civil Española, como Manuel Balanzat, Julio Rey Pastor, Alberto González Domínguez, César Trejo y, por supuesto, Lluís Santaló. Esta generación formó en Argentina una escuela de análisis matemático muy sólida. Santaló, en particular, trabajaba en geometría algebraica, entre otras áreas, pero lo que realmente me impresionó de él era su capacidad para comunicar. Yo era joven, y escucharlo era una experiencia profundamente emotiva.

Lamento mucho que no existan grabaciones de sus clases. He tenido algunos profesores excelentes en la carrera, pero hoy todos están fallecidos. Hablando con Carlos D’Andrea, revisamos mi libreta universitaria y todas las firmas son de personas que ya no están. Santaló, sin embargo, fue especial. No solo era un matemático extraordinario, sino también un comunicador fuera de serie, literalmente extraordinario, más allá de lo común. No hablaba en catalán con nosotros, pero era un auténtico mago en el aula; sus clases eran mágicas. Lo único que necesitabas era prestarle atención, y él se encargaba del resto.

Hace poco visité el Museo de las Matemáticas de Cataluña, y llevé allí a Carlos D’Andrea y a Juan Carlos Naranjo, porque no puede ser que estén a 15 minutos el uno del otro y que no haya una colaboración entre ellos. Tienen una sala dedicada a Lluís Santaló, lo cual me parece estupendo, aunque me da pena que él no haya llegado a verla. Hoy en día, muchos jóvenes no saben quién fue Santaló. Creo que los reconocimientos deben hacerse en vida; ponerle el nombre a un salón o una estatua está bien, pero es importante reconocer a las personas mientras están aquí, acariciarles el corazón en vida.

Santaló merece mucho más que una sala; merece el reconocimiento mundial, no solo de las matemáticas catalanas o españolas. Está bien que celebremos a figuras como Messi o Raphinha, pero también es importante reconocer a Santaló o Rey Pastor, que hicieron contribuciones enormes. Lo que hicieron al venir a Argentina y en circunstancias tan difíciles fue crucial para construir un departamento de matemáticas muy fuerte en Sudamérica.

Le quería preguntar también sobre su trabajo en la divulgación de las matemáticas. Ha publicado libros, presentado programas de televisión… ¿Qué barreras o estereotipos ha encontrado que le haya costado más derribar para que la gente se acerque a las matemáticas? Porque suelen percibirse como una ciencia un poquito hermética y difícil.

La palabra ‘poquito’ deberíamos cambiarla porque las matemáticas no solo parecen, sino que a menudo se ven como algo muy hermético. Creo que el problema radica en nosotros, los docentes. Ayer, por casualidad, encontré un artículo que escribí donde hacía una pregunta esencial: “¿Para qué?” Es decir, ¿para qué estamos enseñando esto? Cuando uno aprende a conducir, al principio el proceso puede ser incómodo, porque dependes de otra persona que te corrige y quizás no siempre tiene la paciencia necesaria. Sin embargo, aceptamos esas incomodidades porque sabemos que al final seremos capaces de manejar por nuestra cuenta. Hay una recompensa clara que hace que valga la pena.

Con las matemáticas, esa recompensa no siempre se percibe. Los estudiantes enfrentan toda esa “humillación” académica sin entender para qué están aprendiendo. Ningún niño se despierta un domingo por la mañana mirando al techo y pensando: “Uy, mira, esos ángulos son opuestos”. Estamos respondiendo preguntas que nadie se ha hecho.

Si unos marcianos vinieran a España y yo le pidiera a usted, Pau, que les enseñe qué es el fútbol, lo lógico sería llevarlos al Camp Nou y mostrarles lo más emocionante del juego. Pero si comenzamos diciendo: “Vamos a formar una barrera, y deben evitar que la pelota llegue a la portería,” es probable que se asusten y se nieguen a participar para no recibir un pelotazo en la cara. Hay que enseñarles primero lo lúdico: cómo hacer una gambeta, cómo tirar un caño, o cómo chutar la pelota con efecto. Lo atractivo y divertido debe venir primero.

Es fundamental entrar por la puerta adecuada: enseñar lo que es atractivo, seductor y lúdico. Claro que las matemáticas son más que eso, pero si algo nos parece interesante, es porque nos gusta. El conocimiento necesita ser compartido, socializado. Si sé algo, siento la necesidad de comunicarlo. Tengo amigos que, por ejemplo, presenciaron la victoria de Gabriela Sabatini en el US Open. Uno de ellos me llamó desde una cabina telefónica en Estados Unidos solo para contarme que ella había ganado su primer torneo profesional. Le pregunté por qué me llamaba y me respondió: “Necesitaba contárselo a alguien”. Esa misma pasión es la que se necesita para comunicar cualquier conocimiento, incluidas las matemáticas.

Hablando de esta pasión, usted ha mencionado la relación entre la belleza de las matemáticas y la del arte. ¿Hay algún ejemplo concreto que le guste usar para ilustrar esta conexión?

Le contaré algo que sucedió hace muchos años en la facultad. Los viernes solíamos organizar charlas donde alguien presentaba algún tema de su área, ya fuera matemáticas, física, química, biología, geología, ciencias de la computación o ciencias de la atmósfera. En una de esas ocasiones, decidí hablar sobre la sucesión de Fibonacci, pero en lugar de dar la charla yo mismo, pedí a varios de mis alumnos que cada uno escogiera un aspecto de Fibonacci para mostrarlo. La sala estaba llena, y lo que ocurrió allí fue casi mágico: los estudiantes mostraron cómo se forman los caracoles, cómo la naturaleza entera está llena de la razón áurea y de los números de Fibonacci. Fue como entrar en un cuento. Hoy, 25 años después, sigue siendo uno de mis recuerdos más hermosos.

Si tengo que hablar de arte, eso es arte. La matemática es un arte en sí misma: pensar, descubrir. Imagine que aquí mismo, en el espacio donde usted y yo estamos conversando, flotan patrones invisibles que no captamos porque no estamos atentos o porque no tenemos los “lentes” necesarios para verlos. Pero si nos pusiéramos esas lentes, empezaríamos a notar formas, estructuras, cosas que de otra manera no percibiríamos.

Cuando estudiamos, a menudo nos enfocamos solo en los resultados. Aprendemos la teoría, luego resolvemos problemas, generalmente artificiales, solo para ver cómo se aplica. Pero las cosas no se descubren así en la realidad. Uno no empieza con la solución; el verdadero proceso de descubrimiento es mucho más complejo y, en ese sentido, muy cercano al arte.

En el deporte, a menudo se habla del talento natural como un factor clave para el éxito. ¿Cree que en las matemáticas ocurre lo mismo, o considera que la dedicación y el trabajo constante juegan un papel más importante que el talento innato?

No hay nada en este mundo que no requiera esfuerzo. Hay una frase que leí hace mucho tiempo que lo resume bien. ¿Conoce a Gregg Popovich, el entrenador de los San Antonio Spurs en la NBA? Tengo bastante relación con la gente de la NBA, y en el vestuario de San Antonio estaban jugadores como Tim Duncan, Tony Parker, Manu Ginobili… jugadores de todo el mundo. En el túnel, antes de salir a la cancha, tenían escrita una frase en distintos idiomas: “Cuando nada parece ayudar, voy y observo a un cantero golpeando su roca, tal vez un centenar de veces sin que aparezca ni una grieta. Sin embargo, en el golpe número ciento uno, la roca se partirá en dos, y sé que no fue ese último golpe el que lo logró, sino todo lo que había venido antes.”

En el momento en que el talento pasa por tus neuronas, es esencial que te encuentre trabajando. Tiene que haber voluntad, tiene que haber pasión, pero me cuesta trabajo hablar de la palabra talento. Es muy difícil de definir, como la palabra inteligencia. Me cuesta mucho trabajo saber qué quiere decir ser inteligente. Messi es inteligente como uno podría decir que Santaló lo era.

¿Cómo ha influido el contexto político y social de Argentina en su manera de acercarse a la divulgación científica?

Los gobiernos como los de Mauricio Macri o Javier Milei no muestran interés en el papel del Estado, especialmente en la educación pública y la ciencia. Para ellos, los programas que producíamos para la televisión pública parecían una pérdida de tiempo. En cambio, una de las políticas más significativas durante la presidencia de Cristina Kirchner fue el sumarse al programa One Laptop per Child, que buscaba entregar una computadora a cada niño del país. Esto fue transformador para muchos jóvenes sin acceso a tecnología; era como abrirles una ventana al mundo. Entre todas las políticas de Estado, esta fue, en mi opinión, de las más relevantes. Se entregaron cinco millones de computadoras, algo logísticamente complejo y vulnerable a sobornos o corrupción, pero que sin duda valía la pena intentar.

Tuve la oportunidad de recorrer Argentina llevando este programa a regiones remotas, donde muchos niños ni siquiera tenían acceso a internet. En esos lugares, ellos mismos creaban una intranet comunitaria; los padres, aunque no siempre comprendían del todo, ayudaban a cargar las laptops con una manivela. Di clases en viñedos y en zonas sin pavimento, y los estudiantes, sus padres y hasta sus hermanos asistían, movidos por la novedad de tener acceso a la televisión educativa.

Eso es lo que tenemos que hacer. Pero el mundo neoliberal, el que no quiere estado, el que quiere universidades privadas en lugar de educación pública gratuita, laica, obligatoria en los niveles iniciales primarios y secundarios… esa es una concesión que los argentinos no podemos entregar. Es una línea que no pueden cruzar.

Permítame que le pregunte también por sus reconocimientos personales. Recibió el Premio Leelavati en 2014 por sus contribuciones a la divulgación matemática. ¿Qué significado tuvo para usted este reconocimiento y cómo ha influido en su trabajo posterior?

Me enteré de que había recibido el premio mientras tomaba un avión de Chicago a Nueva York. Estaba caminando por la rampa para subir al avión cuando recibí el correo. Fue un momento especial y, al mismo tiempo, muy emotivo, porque mi madre había fallecido solo dos meses antes. Me subí al avión para un vuelo de dos horas y pico, y me pasé todo el trayecto llorando. La persona que estaba sentada a mi lado probablemente no entendía qué me pasaba. Para mí, este premio fue especialmente significativo.

Creo, por supuesto, que había y hay matemáticos que se lo merecían mucho más que yo. Pero el reconocimiento no es solo a mí, sino a las matemáticas en Argentina, en Sudamérica y a la matemática en español. Mi carrera la hice en español, y aunque mis libros se han traducido a muchos idiomas, el original siempre fue en español. Que una persona del hemisferio sur, formada en la universidad pública de Buenos Aires, reciba este tipo de reconocimiento es el reflejo de un trabajo colectivo. No lo hice solo. Como mencioné antes, personas como Carlos D’Andrea han sido determinantes, y muchas otras también han estado involucradas en todo esto.

La entrega del premio, que tuvo lugar en Seúl, fue un momento de reconocimiento, no solo a mí, sino a todos los que estuvieron detrás. Fue un punto singular y muy importante en mi vida. No creo que me pase nada más grande. Espero vivir hasta los 100, cumplir ese cuarto segmento de 25 que me falta, y seguir haciendo cosas, pero ese momento siempre será especial para mí.

Puede sonar a cliché, pero tengo enmarcada en mi habitación la fotografía de la entrega del premio y las palabras que dijo la presidenta de la Unión Matemática Internacional. También conservo otros recuerdos enmarcados, como una pintura de la entrevista a Maradona cuando lo suspendieron por dopaje en el 94. Atesoro estos recuerdos, muy diferentes, pero todos igualmente importantes para mí.

En muchos de sus libros, combina anécdotas personales con explicaciones matemáticas. ¿Cuál cree que es el papel de la narrativa personal en la enseñanza y la divulgación de las matemáticas?

Es el contexto. Recuerdo una vez, estando en Nueva York en una estación de metro, me encontré con un grupo boliviano tocando el charango. En ese momento, yo estaba pensando en un problema matemático para uno de mis libros, y, de pronto, mientras escuchaba su música, se me ocurrió la solución. Ese contexto, ese instante, fue muy importante para mí, y si cuento esa historia es porque quiero llevar al lector conmigo, hacer que se sienta parte de mi mundo.

Mucho de lo que he aprendido está en los libros, pero muchas cosas también las he encontrado en la vida cotidiana, y siento la necesidad de compartirlas. Los matemáticos no estamos todo el tiempo sentados en un escritorio; pasamos mucho tiempo allí, claro, pero también hacemos otras cosas. Voy a la cancha a ver fútbol, me gusta ir al cine, me enamoro, vivo. Y en el día a día, como a cualquiera, me pasan cosas que enriquecen lo que hago.

Poder contar estas experiencias personales es un privilegio, y creo que el factor humano, muchas veces dejado de lado, da una dimensión distinta a las matemáticas cuando se incorpora. No es solo cuestión de mostrar el resultado final, sino de ofrecer la historia que rodea a ese descubrimiento, para que quien escucha o lee pueda vivirla también.

Para acabar, ¿qué consejos daría a aquellos que están comenzando en el campo de la divulgación científica, especialmente en relación con las matemáticas?

Dar consejos me produce cierto apuro; a veces suena pedante o arrogante. ¿Quién soy yo para aconsejar a alguien? Solo puedo compartir mi propio camino, y ni siquiera fue algo que planifiqué conscientemente. No es que a los 20 años decidiera que me dedicaría a esto durante los siguientes 50. ¿Qué sabía yo entonces? Trabajaba en radio, en televisión, hacía programas sobre fútbol, más tarde de baloncesto, y también me adentré en la política con programas de alta audiencia. Trabajé en mundiales de fútbol, finales de la NBA, fui conductor de programas políticos. Y de pronto, la vida me llevó a las matemáticas y a la divulgación científica. Comencé a escribir libros, y jamás habría imaginado que terminaría escribiendo una columna en la contraportada de un diario nacional como Página 12. Así que, si de algo puedo hablar, es de la importancia de mantenerse abierto, de permitir que el camino se construya paso a paso.

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